20/10/08

El corazón del Dragón - Tres Colinas

Desde muy niño has oído contar fantásticas historias sobre la Ciudad de la Luz, sobre Tres Colinas. La verdad es que no te explicas por qué la llaman Tres Colinas, si en realidad la ciudad está construida sobre cuatro lomas. Sobre una de ellas se asienta la fortaleza amurallada, a su izquierda se alza la Torre del Rey, a su derecha el templo de Ares, dios de la guerra, y justo frente a las otras tres colinas se yergue la misteriosa Torre de la Magia.
Has escuchado tantas leyendas y tantos rumores, tantas asombrosas maravillas que ahora que por fin te encuentras en la ciudad no sabes adónde dirigirte primero. Tanteas con discreción la bolsita de cuero, llena a estas horas de talentos de cobre, y decides comer algo antes de visitar hasta el último rincón de la ciudad.
Tu señor hace tiempo que ha desaparecido en el barrio de las tabernas y sabes de sobra que tardará más de dos días en pulir todos los cobres que ha obtenido con la venta de sus ovejas. ¡Es una suerte que te haya pagado primero!
Sin perder de vista la impresionante Torre del Rey cruzas la puerta de la muralla. Gruesos sillares de granito y dos enormes portones te franquean el paso a la ciudad de tus sueños. Nada más entrar sientes un cosquilleo extraño en el estómago, una sensación de haber estado ya en ese lugar. Respiras los intensos aromas y consigues distinguir los inciensos que queman en el templo del dios Ares, los perfumes del jabón que los maestros artesanos elaboran, el acre sabor del carbón de las renombradas forjas de la ciudad. Este sueño ya lo habías tenido.
Antes de que puedas decidir si estás soñando o despierto atraviesas la muralla y el barullo del mercado exterior queda atrás. El ajetreo se ralentiza y el olor a limpio lo envuelve todo. Miras las brillantes armaduras de los guardias, auténticos gigantes barbudos de mirada glacial. Nadie te detiene, nadie te pregunta dónde vas; hasta el anochecer puedes acceder libremente al interior de la muralla.
Realmente no tienes ojos para atender a todos los rincones y detalles. No deseas olvidar nada de lo que ves y procuras no parpadear para no perder ni un solo destello de luz. Las mujeres te sonríen, los caballeros inclinan cortésmente la cabeza y los soldados, aunque impasibles y vigilantes, no amenazan con ensartarte.
Caes en la cuenta de que tus ropas mugrientas tras dos meses de viaje no son adecuadas, y de que tu pelo grasiento y tu barba, lacia y a corros, no sintonizan con la belleza y la majestuosidad del lugar. Ahora comprendes por qué tu señor ha gastado dos cobres en un baño de agua caliente, rasurado incluido, y después diez cobres más en unas calzas nuevas y en una camisa de algodón.
Con lo que has ganado bien puedes permitirte asearte y adecentar tu ropaje. No lo piensas más. Deshaces el camino andado y atraviesas la muralla de nuevo, rumbo a los baños y al mercado de ropas.
De pronto, se produce un tremendo alboroto en la puerta de la muralla y numerosos curiosos se agolpan a mirar. Casi no puedes pasar, por lo que te adelantas a codazos y consigues asomar la cabeza entre el gentío para ver lo que sucede.
Tu corazón se detiene y eres incapaz de parpadear o de respirar si quiera. Tu mirada se ha quedado atrapada en la más hermosa mujer que nunca has visto, que nunca te han descrito, que nunca has imaginado.
Los soldados apartan al gentío para que la mujer recién llegada pueda avanzar con su caballo. Viste unos ajustados pantalones de montar y un chaleco de cuero, brillante por el uso. Su pelo negro está recogido en una larga trenza y casi oculto por la capucha de la capa negra que envuelve todo su cuerpo.
Al momento de atravesar la muralla detiene su montura y desciende con agilidad y sensual lentitud. Al desmontar del caballo, la capa no logra ocultar una larga espada en su cintura; y aunque la increíble mujer procura envolverse en la capa puedes atisbar sus mareantes curvas durante un instante. ¡Es una diosa!, decides de pronto. Siguiendo un irrefrenable impulso das dos pasos tras ella.
La mujer se detiene por sorpresa y rápidamente se da la vuelta. Te está mirando, te está observando a ti sin hacer caso de ningún otro de los curiosos que te rodean. Ella se levanta un poco la capucha de la cara y lees sus labios. Bienvenido.
No puedes creerlo. Se ha dirigido a ti, te ha hablado. Y te ha dado la bienvenida con la sonrisa más dulce que jamás nadie te ha dedicado. Tu corazón, detenido hasta ahora, se desboca y comienza a latir con furia, bombeando en tu sangre un torrente de abrasadoras imágenes.
Olvidas tu baño y tus andrajosas ropas y caminas tras ella. Desconoces si la mujer se percata de tu presencia, ya que no se vuelve ni una sola vez. Pero estás decidido a seguirla y a conquistarla, por mucho que te cueste, por distinta que sea vuestra posición social.
Durante un buen rato la mujer callejea con el caballo de la brida y se adentra más y más en Tres Colinas. No tienes ni idea de qué dirección seguís, pero no te importa lo más mínimo. La deseas, y la deseas ahora.
Ves cómo ella llega hasta un establo y entrega su caballo a uno de los mozos. Por la obediencia del muchacho deduces que ella debe ser alguien importante.
Tras dejar su montura, la mujer comienza a caminar más y más deprisa por las tortuosas calles empedradas. Desaparece de tu vista en cada recodo y tú contienes la respiración y aprietas el paso hasta que doblas la esquina y la ves de nuevo. Es mediodía, el sol calienta fuerte. Chorros de sudor caen por tu rostro, dejando limpios regueros entre la mugre.
En una esquina, a diez metros de ti, la mujer se detiene y se vuelve ligeramente antes de avanzar. Jurarías que te ha mirado y que te ha sonreído antes de desaparecer calle abajo. Pero cuando llegas no hay nadie en absoluto en toda la calle.
El corazón vuelve a bombear salvajemente. No puede ser. Corres calle abajo, revisando cada puerta y cada hueco, pero todo está cerrado y vacío. La dama de tus sueños se ha esfumado, se ha volatilizado como cualquier sueño, como todas las ilusiones. Te preguntas si en realidad no habrá sido todo una imaginación tuya.
Te sientes confuso, además estás perdido. Las calles son tan estrechas y las casas tan altas que no puedes ver ni la Torre de Rey ni la fortaleza. Para colmo estás hambriento. Ya va siendo hora de buscar algo con lo que llenar el estómago y algo con lo que refrescarte la garganta.
Sonriendo por haber sido tan tonto como para soñar con esa increíble mujer, intentas deshacer el camino andado. Pasas por un par de calles que te resultan familiares; subes, bajas, atraviesas arcos de piedra labrada. Todo te resulta similar. Pero no hay ni rastro de una buena posada o de un abrevadero aunque sea para calmar tu sed. Notas la lengua pegada al paladar y la garganta cerrada por el polvo.
Cada vez caminas más rápido, con la esperanza de encontrar a alguien a quien preguntar, pero con ese calor y siendo la hora de comer no hay nadie por la calle.
De repente oyes voces en un callejón lateral. Alguien pide socorro y se oyen sonidos de pelea. Parece como estuvieran atracando a algún pobre desafortunado.



Decides investigar a ver qué sucede, ya que te parece raro que en esa maravillosa ciudad puedan ocurrir atracos. (Sigue en la página 14)

Decides correr y huir de los problemas. Tu máxima ha sido siempre: “Si corres más que los problemas éstos no te alcanzan nunca”. (Sigue en la página 28)